
La falta de pobres en
las calles durante la recreación de Las Bodas de Isabel de Segura es una de
las pocas críticas que recibe la fiesta; parece que los turolenses
preferimos elegir ropas vistosas, capas elegantes, armas bruñidas y
uniformes militares, o entrar en comunidades religiosas; pocos se inclinan por los
andrajos. Vamos, muchos nobles y pocos menesterosos.
Es la censura que se vierte en una artículo de
opinión publicado a principios de enero de 2013 en un periódico regional.
Con el título "Sepultar la memoria", el autor recordaba que se cumplían 75
años del inicio de la Batalla de Teruel, lamentaba que no se hiciese ningún
acto conmemorativo, y acusaba a las autoridades de tener, al parecer, un
interés nulo por divulgar ese acontecimiento y de ocultárselo a todos, pero
muy especialmente a las generaciones más jóvenes.
Denuncia justa, legítima y razonada. Pero
sorprendentemente, al final del último párrafo y "a traición" -ni siquiera
un punto y aparte para separarlo de lo anteriormente dicho-, el escritor
arremete contra Las Bodas con el epílogo que copio literalmente:
"...Otra cosa
distinta son las conmemoraciones de las bodas de Isabel de Segura y
Diego Marcilla. Como todos los años, cientos de turolenses creerán
volver al Medievo y se disfrazarán unos días de nobles, caballeros, pajes,
soldados y menestrales; ocuparán las calles en una falsa y manoseada
interpretación histórica, pues a nadie verás vestido de lisiado o
menesteroso, por ejemplo. Esos papeles no los quiere nadie. Está demasiado
claro lo que importa conocer la verdad; absolutamente nada, importan mucho
más los beneficios. Es el signo de los tiempos".
A muchas lecturas e interpretaciones se presta
esta conclusión, pero me limitaré a lo que tanto parece preocupar al autor
del texto, la falta de menesterosos.
Tampoco hay que exagerar, es tradicional la
"reata" de niños pobres; los salvajes, sucios y malhablados almogávares,
algún mendigo -ileso o cojo- pidiendo limosna o espantando a las doncellas
que pasan; incluso surgen grupos de la fiesta que representan a los más
bajos estratos sociales.
Pero los críticos tienen razón. Apenas se ven
pobres. Tampoco tipos malolientes o sarnosos. Ni cadáveres de animales,
canes piojosos, charcos de aguas putrefactas o montones de estiércol por las
calles. No se tiran las inmundicias por las ventanas, se masacran los toros
ni se organizan espontáneas peleas de perros. Qué falta de rigor histórico.
Qué manera de mancillar la vida cotidiana de aquel siglo XIII.
Como todo, tiene una sencilla explicación,
veamos el contexto. Una villa que celebra una boda tan importante, la del
poderoso señor de Azagra (no la de "Diego Marcilla") con Isabel de Segura, que recibe
la visita de dos obispos -Teruel todavía no era sede episcopal- y nada menos que del rey con sus extensos séquitos, no
refleja exactamente la vida cotidiana, el día a día de nuestros ancestros.
Como era lo lógico en estas excepcionales
situaciones, los prebostes del concejo ordenaban previamente una exhaustiva
limpieza de calles y plazas, que se engalanaran fachadas y balcones, duras
penas para quienes ensuciasen o cometiesen actos de vandalismo, y... detener o
confinar en sus domicilios a los pobres, a los delincuentes conocidos, a los sospechosos de
brujería, y a los de ideología dudosa. ¡Salvo por lo de la brujería, esto
todavía pasaba en el Teruel del franquismo!
Era una fiesta excepcional y había un denodado
empeño por que la villa presentase un aspecto impoluto. Pudientes y villanos
vestían sus mejores galas, las de las ocasiones especiales; las armas se
abrillantaban y hasta las sayas se lavaban, algunas por primera vez en muchos
años, o simplemente por primera vez. Había que impresionar al rey y a los
muchos y nobles visitantes, ofrecerle la mejor imagen de cara a futuros
privilegios y prebendas... y eso no era posible con unas calles llenas de
antiestéticos pordioseros, indigentes y desgraciados.
Claro que cualquiera puede desafiar a la
autoridad, y se hace. El que viva la fiesta año tras año habrá observado que
cada vez se ven más pobres y más niños sucios. Ánimo y adelante a quien
decida caracterizarse este año de mísero, piojoso o marginado para fastidiar
a los atildados visitantes, simplemente porque le de la gana, o en pro del
rigor de la fiesta si lo cree así. Pero con precaución, ¡no le prendan los
templarios, y le encierren en la mazmorra hasta el domingo por la tarde!
M-J. Esteban
Foto pequeña (F. Montero): El autor entrega un
óbolo a un pobre cojo que pide limosna en la puerta de la Catedral
|