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Exequias fúnebres de un caballero medieval: "El Córrer les armes"

El nuevo traje del obispo

¿Por qué se ven tan pocos pobres durante Las Bodas?

Las Bodas de Isabel, en imágenes

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Galería fotográfica de la edición del 2012

Fundación Bodas de Isabel

La falta de pobres en las calles durante la recreación de Las Bodas de Isabel de Segura es una de las pocas críticas que recibe la fiesta; parece que los turolenses preferimos elegir ropas vistosas, capas elegantes, armas bruñidas y uniformes militares, o entrar en comunidades religiosas; pocos se inclinan por los andrajos. Vamos, muchos nobles y pocos menesterosos.

Es la censura que se vierte en una artículo de opinión publicado a principios de enero de 2013 en un periódico regional. Con el título "Sepultar la memoria", el autor recordaba que se cumplían 75 años del inicio de la Batalla de Teruel, lamentaba que no se hiciese ningún acto conmemorativo, y acusaba a las autoridades de tener, al parecer, un interés nulo por divulgar ese acontecimiento y de ocultárselo a todos, pero muy especialmente a las generaciones más jóvenes.

Denuncia justa, legítima y razonada. Pero sorprendentemente, al final del último párrafo y "a traición" -ni siquiera un punto y aparte para separarlo de lo anteriormente dicho-, el escritor arremete contra Las Bodas con el epílogo que copio literalmente:

"...Otra cosa distinta son las conmemoraciones de las bodas de Isabel de Segura y Diego Marcilla. Como todos los años, cientos de turolenses creerán volver al Medievo y se disfrazarán unos días de nobles, caballeros, pajes, soldados y menestrales; ocuparán las calles en una falsa y manoseada interpretación histórica, pues a nadie verás vestido de lisiado o menesteroso, por ejemplo. Esos papeles no los quiere nadie. Está demasiado claro lo que importa conocer la verdad; absolutamente nada, importan mucho más los beneficios. Es el signo de los tiempos".

A muchas lecturas e interpretaciones se presta esta conclusión, pero me limitaré a lo que tanto parece preocupar al autor del texto, la falta de menesterosos.

Tampoco hay que exagerar, es tradicional la "reata" de niños pobres; los salvajes, sucios y malhablados almogávares, algún mendigo -ileso o cojo- pidiendo limosna o espantando a las doncellas que pasan; incluso surgen grupos de la fiesta que representan a los más bajos estratos sociales.

Pero los críticos tienen razón. Apenas se ven pobres. Tampoco tipos malolientes o sarnosos. Ni cadáveres de animales, canes piojosos, charcos de aguas putrefactas o montones de estiércol por las calles. No se tiran las inmundicias por las ventanas, se masacran los toros ni se organizan espontáneas peleas de perros. Qué falta de rigor histórico. Qué manera de mancillar la vida cotidiana de aquel siglo XIII.

Como todo, tiene una sencilla explicación, veamos el contexto. Una villa que celebra una boda tan importante, la del poderoso señor de Azagra (no la de "Diego Marcilla") con Isabel de Segura, que recibe la visita de dos obispos -Teruel todavía no era sede episcopal-  y nada menos que del rey con sus extensos séquitos, no refleja exactamente la vida cotidiana, el día a día de nuestros ancestros.

Como era lo lógico en estas excepcionales situaciones, los prebostes del concejo ordenaban previamente una exhaustiva limpieza de calles y plazas, que se engalanaran fachadas y balcones, duras penas para quienes ensuciasen o cometiesen actos de vandalismo, y... detener o confinar en sus domicilios a los pobres, a los delincuentes conocidos, a los sospechosos de brujería, y a los de ideología dudosa. ¡Salvo por lo de la brujería, esto todavía pasaba en el Teruel del franquismo! 

Era una fiesta excepcional y había un denodado empeño por que la villa presentase un aspecto impoluto. Pudientes y villanos vestían sus mejores galas, las de las ocasiones especiales; las armas se abrillantaban y hasta las sayas se lavaban, algunas por primera vez en muchos años, o simplemente por primera vez. Había que impresionar al rey y a los muchos y nobles visitantes, ofrecerle la mejor imagen de cara a futuros privilegios y prebendas... y eso no era posible con unas calles llenas de antiestéticos pordioseros, indigentes y desgraciados. 

 Claro que cualquiera puede desafiar a la autoridad, y se hace. El que viva la fiesta año tras año habrá observado que cada vez se ven más pobres y más niños sucios. Ánimo y adelante a quien decida caracterizarse este año de mísero, piojoso o marginado para fastidiar a los atildados visitantes, simplemente porque le de la gana, o en pro del rigor de la fiesta si lo cree así. Pero con precaución, ¡no le prendan los templarios, y le encierren en la mazmorra hasta el domingo por la tarde!

M-J. Esteban

Foto pequeña (F. Montero): El autor entrega un óbolo a un pobre cojo que pide limosna en la puerta de la Catedral

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